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SAN ISIDRO LABRADOR, SANTA MARÍA DE LA CABEZA Y LA ORDEN DEL TEMPLE.
La amenaza almohade.
1212 era, desde luego, un año necesitado de milagros. Si grave había sido la derrota cristiana de Alarcos en 1195, más grave era el peligro que amenazaba ahora a los reinos cristianos hispanos. Los almohades mandados por el Miramamolin al-Nasir avanzaban desde el sur tras haber jurado sobre el Corán arrasar España y llegar victoriosos hasta Roma para abrevar sus caballos en el Tíber. A ello se unía la gran sequía que había comenzado a azotar la Península Ibérica y que desataría todo su furor en los siete años siguientes.
Los reyes cristianos comprendieron lo que se jugaban y, olvidando momentáneamente sus diferencias, acudieron en masa junto con sus tropas europeas, a la Cruzada convocada por Inocencio III para detener a los almohades. Las Órdenes Militares formaban una parte importante del ejército cristiano, y templarios de todos los reinos, al mando del maestre provincial de Castilla, frey Gómez Ramírez, constituían el grueso central de las huestes cuya actuación sería decisiva.
El ejército cristiano avanzó desde Toledo hacia el sur un 20 de junio, obteniendo victorias fáciles, pero cuando el 13 de julio alcanzaron la meseta del Muradal —en lo alto de Sierra Morena— y se encontraron frente al desfiladero de La Losa, que los separaba del ejército almohade, comprendieron que habían caído en una trampa mortal: si avanzaban por el desfiladero serían masacrados, si esperaban que los 100.000 musulmanes cayeran sobre ellos en tan desventajoso lugar la derrota era segura, y si retrocedían hacia el llano serían fácilmente desbaratados en aquellas agosturas. Necesitaban un milagro y el milagro ocurrió.
Enviado de Dios
Según los cronistas contemporáneos, apareció un «varón silvestre», un rústico plebeyo enviado por Dios que se ofreció a guiarles mostrándoles otro paso sin peligro. Presentado al maestre del Temple y al rey Alfonso VIII, se decidió enviarle con una hueste de reconocimiento y un destacamento templario de protección, los cuales, siguiendo las indicaciones del varón, atravesaron los montes por el Salto del Fraile viniendo a salir frente a los musulmanes sin tener que pasar por el desfiladero-trampa de La Losa.
El ejército se situó en su nueva y ventajosa posición, pero entonces notaron la falta de agua y aquel «rústico" tomó su azada y empezó a cavar, diciéndoles que hicieran ellos otro tanto ante sus tiendas. Así brotó milagrosamente buena y abundante agua. Y al amanecer del 16 de julio en aquella tierra se trabó la descomunal batalla.
La actuación del Temple en el centro del ejército fue esencial, pues aguantaron el contraataque musulmán, realizando una labor de desgaste y contención que propició en el momento justo la carga de los tres reyes cristianos con sus tropas de reserva, barriendo toda resistencia almohade. Aunque pagaron bien caro su valor, pues perecieron más de la mitad de los templarios junto con su maestre frey Gómez.
La carnicería fue terrible, hasta el punto de que en un monte determinado la caballería cristiana no podía maniobrar dado el número de cadáveres que cubría el suelo. Esta matanza disminuyó el valor estratégico de la victoria, puesto que debido al fuerte calor los cuerpos se descompusieron rápidamente desatando una epidemia que, junto con la disentería, el clima y el agotamiento, obligaron a los cruzados a retirarse hacia el norte sin sacar más provecho de la campaña. Pero antes se mandó llamar al misterioso «rústico», que no apareció por parte alguna, aunque se le buscó incluso entre los cadáveres, con lo que todos se afirmaron en la creencia de que había sido un ángel enviado de Dios.
Mas en 1213, cuando tras celebrar su victoria en Toledo Alfonso VIII se dirige a Burgos, el rey pasa por Madrid, cuyas milicias habían luchado valientemente en la batalla. En aquel poblachón manchego de apenas tres mil almas, le hablan del milagroso hallazgo del cuerpo incorrupto de san Isidro. El monarca pide que le muestren aquella maravilla y al levantar la tapa del sarcófago exclama asombrado: «¡Este es el rústico que nos enseñó el camino en Las Navas y nos llevó a la victoria!».
Ordena, entonces, que le construyan capilla propia en la iglesia de San Andrés, una escultura y un rico sarcófago. Y además, dispone otra capilla para la mujer del santo, María de la Cabeza, en la iglesia templaria de Nuestra Señora de la Piedad, en Torrelaguna [municipio de la provincia de Madrid y cuna del Cardenal Cisneros], donde se guardaba su cuerpo. Por su parte, los templarios levantaron un santuario junto a su castillo toledano de Villaba de Bolobras, para venerar en él el cuerpo del milagroso Illán, hijo de san Isidro y María.
El vínculo con la Orden
Precisemos las conexiones templarias de Isidro y su familia. Si no hubiera sido por la intervención de la Orden no tendría ningún sentido que, en una batalla tan decisiva, el «aparecido benefactor» sea un personaje desconocido (ni siquiera santo) relacionado con el Temple, cuando lo usual en la época era que el aparecido fuese Santiago.
Según la leyenda, Isidro vivió en Madrid dedicado a hacer pozos y a encontrar fuentes. Cuando se trasladó a Torrelaguna conoció a María, con quien se casó. A partir de ese momento trabajó además de labrador. Como si Torrelaguna fuese un lugar iniciático y su matrimonio hubiera sido el rito de iniciación, Isidro comenzó a hacer milagros relacionados con las cosechas, la ganadería y los animales salvajes. Mientras, su mujer trabajaba de santera en la iglesia de una Virgen Negra, Nuestra Señora de la Piedad, que pertenecerá al Temple.
Al nacer su hijo Illán regresaron a Madrid y continuó con sus milagros, entre ellos la resurrección de su propio hijo después de que éste cayera a un pozo. Cuando Illán fue mayor de edad, el matrimonio decidió separarse para vivir de una manera más santa. María regresó a Torrelaguna como santera de la Iglesia del Temple, y entonces fue ella quien comenzó a realizar milagros de similar cariz a los de su marido mientras cuidaba el fuego sagrado en la lámpara de la virgen templaria. Isidro permaneció en Madrid con su hijo Illán, pero ya no realizó más milagros, como si se hubiera dedicado plenamente a la educación del niño, a transmitirle sus conocimientos y sus poderes. Cuando murió el padre, Illán se desplazó a Villalba de Bolobras y se instaló de ermitaño junto al castillo templario, haciendo los mismos milagros que sus padres, relacionados con el agua, la agricultura y los animales.
La amenaza almohade.
1212 era, desde luego, un año necesitado de milagros. Si grave había sido la derrota cristiana de Alarcos en 1195, más grave era el peligro que amenazaba ahora a los reinos cristianos hispanos. Los almohades mandados por el Miramamolin al-Nasir avanzaban desde el sur tras haber jurado sobre el Corán arrasar España y llegar victoriosos hasta Roma para abrevar sus caballos en el Tíber. A ello se unía la gran sequía que había comenzado a azotar la Península Ibérica y que desataría todo su furor en los siete años siguientes.
Los reyes cristianos comprendieron lo que se jugaban y, olvidando momentáneamente sus diferencias, acudieron en masa junto con sus tropas europeas, a la Cruzada convocada por Inocencio III para detener a los almohades. Las Órdenes Militares formaban una parte importante del ejército cristiano, y templarios de todos los reinos, al mando del maestre provincial de Castilla, frey Gómez Ramírez, constituían el grueso central de las huestes cuya actuación sería decisiva.
El ejército cristiano avanzó desde Toledo hacia el sur un 20 de junio, obteniendo victorias fáciles, pero cuando el 13 de julio alcanzaron la meseta del Muradal —en lo alto de Sierra Morena— y se encontraron frente al desfiladero de La Losa, que los separaba del ejército almohade, comprendieron que habían caído en una trampa mortal: si avanzaban por el desfiladero serían masacrados, si esperaban que los 100.000 musulmanes cayeran sobre ellos en tan desventajoso lugar la derrota era segura, y si retrocedían hacia el llano serían fácilmente desbaratados en aquellas agosturas. Necesitaban un milagro y el milagro ocurrió.
Enviado de Dios
Según los cronistas contemporáneos, apareció un «varón silvestre», un rústico plebeyo enviado por Dios que se ofreció a guiarles mostrándoles otro paso sin peligro. Presentado al maestre del Temple y al rey Alfonso VIII, se decidió enviarle con una hueste de reconocimiento y un destacamento templario de protección, los cuales, siguiendo las indicaciones del varón, atravesaron los montes por el Salto del Fraile viniendo a salir frente a los musulmanes sin tener que pasar por el desfiladero-trampa de La Losa.
El ejército se situó en su nueva y ventajosa posición, pero entonces notaron la falta de agua y aquel «rústico" tomó su azada y empezó a cavar, diciéndoles que hicieran ellos otro tanto ante sus tiendas. Así brotó milagrosamente buena y abundante agua. Y al amanecer del 16 de julio en aquella tierra se trabó la descomunal batalla.
La actuación del Temple en el centro del ejército fue esencial, pues aguantaron el contraataque musulmán, realizando una labor de desgaste y contención que propició en el momento justo la carga de los tres reyes cristianos con sus tropas de reserva, barriendo toda resistencia almohade. Aunque pagaron bien caro su valor, pues perecieron más de la mitad de los templarios junto con su maestre frey Gómez.
La carnicería fue terrible, hasta el punto de que en un monte determinado la caballería cristiana no podía maniobrar dado el número de cadáveres que cubría el suelo. Esta matanza disminuyó el valor estratégico de la victoria, puesto que debido al fuerte calor los cuerpos se descompusieron rápidamente desatando una epidemia que, junto con la disentería, el clima y el agotamiento, obligaron a los cruzados a retirarse hacia el norte sin sacar más provecho de la campaña. Pero antes se mandó llamar al misterioso «rústico», que no apareció por parte alguna, aunque se le buscó incluso entre los cadáveres, con lo que todos se afirmaron en la creencia de que había sido un ángel enviado de Dios.
Mas en 1213, cuando tras celebrar su victoria en Toledo Alfonso VIII se dirige a Burgos, el rey pasa por Madrid, cuyas milicias habían luchado valientemente en la batalla. En aquel poblachón manchego de apenas tres mil almas, le hablan del milagroso hallazgo del cuerpo incorrupto de san Isidro. El monarca pide que le muestren aquella maravilla y al levantar la tapa del sarcófago exclama asombrado: «¡Este es el rústico que nos enseñó el camino en Las Navas y nos llevó a la victoria!».
Ordena, entonces, que le construyan capilla propia en la iglesia de San Andrés, una escultura y un rico sarcófago. Y además, dispone otra capilla para la mujer del santo, María de la Cabeza, en la iglesia templaria de Nuestra Señora de la Piedad, en Torrelaguna [municipio de la provincia de Madrid y cuna del Cardenal Cisneros], donde se guardaba su cuerpo. Por su parte, los templarios levantaron un santuario junto a su castillo toledano de Villaba de Bolobras, para venerar en él el cuerpo del milagroso Illán, hijo de san Isidro y María.
El vínculo con la Orden
Precisemos las conexiones templarias de Isidro y su familia. Si no hubiera sido por la intervención de la Orden no tendría ningún sentido que, en una batalla tan decisiva, el «aparecido benefactor» sea un personaje desconocido (ni siquiera santo) relacionado con el Temple, cuando lo usual en la época era que el aparecido fuese Santiago.
Según la leyenda, Isidro vivió en Madrid dedicado a hacer pozos y a encontrar fuentes. Cuando se trasladó a Torrelaguna conoció a María, con quien se casó. A partir de ese momento trabajó además de labrador. Como si Torrelaguna fuese un lugar iniciático y su matrimonio hubiera sido el rito de iniciación, Isidro comenzó a hacer milagros relacionados con las cosechas, la ganadería y los animales salvajes. Mientras, su mujer trabajaba de santera en la iglesia de una Virgen Negra, Nuestra Señora de la Piedad, que pertenecerá al Temple.
Al nacer su hijo Illán regresaron a Madrid y continuó con sus milagros, entre ellos la resurrección de su propio hijo después de que éste cayera a un pozo. Cuando Illán fue mayor de edad, el matrimonio decidió separarse para vivir de una manera más santa. María regresó a Torrelaguna como santera de la Iglesia del Temple, y entonces fue ella quien comenzó a realizar milagros de similar cariz a los de su marido mientras cuidaba el fuego sagrado en la lámpara de la virgen templaria. Isidro permaneció en Madrid con su hijo Illán, pero ya no realizó más milagros, como si se hubiera dedicado plenamente a la educación del niño, a transmitirle sus conocimientos y sus poderes. Cuando murió el padre, Illán se desplazó a Villalba de Bolobras y se instaló de ermitaño junto al castillo templario, haciendo los mismos milagros que sus padres, relacionados con el agua, la agricultura y los animales.
Frater Jose Mesa Zambrano.Mariscal de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo