ASALTOS Y ASEDIOS A FORTALEZAS MEDIEVALES (II)
EL ASEDIO O CERCO DE LA PLAZA FUERTE
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PARTE 2
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Si otras opciones fracasaban, se iniciaba entonces la conquista "por cerco", el asedio. De hecho, en la Edad Media los asedios determinaban mucho más la victoria final que las batallas a campo abierto y la mayoría de las plazas fuertes se tomaban por este procedimiento, que pretendía rendir la plaza por hambre, sed y enfermedad. El asedio solía ser largo -su duración podía ser de varios meses o incluso de más de un año- y lleno de inconvenientes, por lo que era evidente que el ejército atacante tenía que ser muy superior porque la plaza tenía que ser totalmente rodeada para que el cerco fuera efectivo. Se necesitaba, por tanto, un importante ejército, de lo contrario los sitiados podían recibir ayuda y suministros y el cerco fracasaba. Un ejemplo paradigmático fue uno de los más famosos cercos, el del castillo de Montsegur, situado en el sur de Francia, que durante el siglo XIII se convirtió en el último reducto de los defensores de la herejía de los cátaros. Tras ser derrotados, los líderes cátaros se refugian en la fortaleza, un auténtico "nido de águilas" inconquistable, situado en la cúspide del Pog, una montaña de 1.207 metros rodeada de paredes rocosas. El conde Ramón VII de Tolosa es enviado por el rey de Francia para acabar con su resistencia, pero tras meses de asedio tiene que retirarse. La población del Languedoc aprecia a los cátaros y los ayuda, los campesinos los abastecen a través de túneles excavados en la roca y veredas entre los bosques, por eso el asedio inicial fracasa. Sin embargo, en mayo de 1243 se inicia un segundo y definitivo cerco al mando del senescal de Carcassonne, Hugues des Arcis. Resultó especialmente duro y largo y los habitantes de la región siguieron llevando alimentos a los asediados, pero esta vez el cerco fue mucho más férreo y apenas se filtraba comida. Por fin, tras diez meses de asedio y con los montañeses sometidos a una fuerte presión, los cátaros fueron traicionados y la fortaleza se rendía. Los últimos defensores, doscientos cátaros, tenían dos opciones: abjurar de su fe o morir en la hoguera. Todos fueron finalmente quemados muy cerca del castillo.
El castillo de Montsegur en la actualidad. Su emplazamiento en la cima de
una escarpada montaña lo hacía inexpugnable.
Si la ciudad era marítima la flota atacante tenía que controlar el acceso por mar a la plaza fuerte, sino el cerco no sería total y efectivo. Así ocurrió en el conocido sitio de Calais (1346-47) durante los inicios de la Guerra de los Cien Años entre franceses e ingleses. Las tropas del rey Eduardo III de Inglaterra, tras vencer en la batalla de Crécy, decidieron tomar una ciudad costera desde la que poder organizar el ataque a Francia.
Calais era perfecta, pues se hallaba en la costa del Canal de la Mancha, frente a Inglaterra y estaba perfectamente fortificada, con doble muralla y foso, lo que la hacía difícil de conquistar. Después de continuos asaltos, decidieron rendirla por hambre en un largo asedio de casi un año -11 meses-, pero para ello tuvieron que bloquear la entrada de los barcos que hasta entonces habían provisto de vituallas a los defensores. Para junio el suministro de agua y comida era imposible ya que la armada inglesa se hizo con el control de las aguas del Canal de la Mancha, y el 1 de agosto se rendía la ciudad.
Calais era perfecta, pues se hallaba en la costa del Canal de la Mancha, frente a Inglaterra y estaba perfectamente fortificada, con doble muralla y foso, lo que la hacía difícil de conquistar. Después de continuos asaltos, decidieron rendirla por hambre en un largo asedio de casi un año -11 meses-, pero para ello tuvieron que bloquear la entrada de los barcos que hasta entonces habían provisto de vituallas a los defensores. Para junio el suministro de agua y comida era imposible ya que la armada inglesa se hizo con el control de las aguas del Canal de la Mancha, y el 1 de agosto se rendía la ciudad.
El asalto y asedio de la ciudad de Calais fue uno de los hechos más
importantes del inicio de la Guerra de los Cien Años.
Los sitiados podían hacer contrataques sorpresa por lo que hasta que no estaba todo preparado el ejército no descabalgaba. Una vez rodeada la ciudad, se construían trincheras o cavas, se establecían campamentos para la tropa y se instalaban las armas de asedio con las que acosar la fortaleza.
Los sitios solían empezar en primavera o verano, época además en la que se emprendían las campañas militares, se evitaba así el frío intenso, la nieve o la lluvia excesiva, que podían hacer estragos entre los atacantes. A veces los campamentos se inundaban y sufrían penalidades de todo tipo, y la enfermedad se cernía más sobre los sitiadores que sobre los sitiados.
Los sitios solían empezar en primavera o verano, época además en la que se emprendían las campañas militares, se evitaba así el frío intenso, la nieve o la lluvia excesiva, que podían hacer estragos entre los atacantes. A veces los campamentos se inundaban y sufrían penalidades de todo tipo, y la enfermedad se cernía más sobre los sitiadores que sobre los sitiados.
Montaje del campamento durante el asedio (British Library)
El asedio o sitio era una empresa de larga duración, de ahí que se necesitaran instalaciones estables y considerables. Se construían cuadras y lugares de habitación para la tropa, así como almacenes de vituallas y munición. Se establecían enormes campamentos con tiendas de campaña y casas de madera. Se elegían zonas elevadas y dominantes, con acceso al agua y a pastos para los animales, así como madera para el fuego. Los campamentos se rodeaban de una cerca o valla y las tiendas, hechas de lonas y con forma circular, eran sujetas con vientos y dotadas con protectores superiores de cuero o metal para evitar la lluvia. Solían estar muy pegadas formando muros ellas mismas. Solía haber un orden jerárquico, con una plaza central en cuyo centro estaba la tienda del jefe, por el ejemplo el rey, rodeado por la de los oficiales y después la de la tropa, los señores y caudillos se encontrarían más allá. Semejante infraestructura que trasladar impedía la rapidez de movimiento de los ejércitos, generalmente muy lentos.
Con el fin de limar la resistencia y minar la moral de los defensores, las máquinas de asedio hostigaban periódicamente la fortaleza, lanzando incluso cadáveres de animales o de seres humanos dentro de las murallas, con la intención última de extender enfermedades entre los resistentes.
Los sitiadores se tenían que enfrentar por otro lado a la posibilidad de una operación de rescate, y de hecho, mientras esa posibilidad existiera la plaza no solía rendirse. Los mismos sitiados además realizaban incursiones, aprovechando descuidos, factores metereológicos -inundaciones, tormentas, etc.- o epidemias. Esto ocurrió en la Reconquista española durante el sitio de Algeciras, en el siglo XIV: Alfonso XI tuvo que enfrentarse a las razias de los árabes defensores y derrotar al rey musulmán de Granada que mando a su ejército a auxiliar a los cercados. Solo entonces, y después de casi dos años de asedio, la ciudad se rindió, exhausta y casi sin defensores vivos.
Otro gran problema era la intendencia, durante meses había que proporcionar alimento -la base de la alimentación era el pan, las legumbres, la sal, el queso, la carne fresca o salada y el salazón de pescado- y agua a los soldados y las caballerías, lo que implicaba una gran organización y una enorme movilización de recursos, a veces difícil de trasladar y encontrar. Si eso fallaba el cerco estaba perdido. A veces el agua escaseaba o estaba en mal estado -provocando diarreas y disentería-, algo típico en verano, especialmente en las tierras del sur de Europa como España. Por otro lado, según pasaban las semanas, los pastos para los caballos eran cada vez más escasos y había que alejarse cada vez más del campamento en su búsqueda. El desarrollo agricola no era el actual y la densidad de la población era muy baja, por lo que no era fácil acopiar una cantidad tal de alimentos, mucho menos durante la Reconquista española, pues en la Península Ibérica los despoblados y zonas agrestes eran mucho mayores que en otras zonas de Europa.
Todo esto implicaba una gran organización que incluía la recaudación previa de impuestos, que permitiera enfrentar los gastos del asedio. De hecho en el mencionado sitio de Algeciras, Alfonso XI financió el ejército y la flota necesaria con la implantación del impuesto de la alcabala en todo el reino.
El asedio o sitio era una empresa de larga duración, de ahí que se necesitaran instalaciones estables y considerables. Se construían cuadras y lugares de habitación para la tropa, así como almacenes de vituallas y munición. Se establecían enormes campamentos con tiendas de campaña y casas de madera. Se elegían zonas elevadas y dominantes, con acceso al agua y a pastos para los animales, así como madera para el fuego. Los campamentos se rodeaban de una cerca o valla y las tiendas, hechas de lonas y con forma circular, eran sujetas con vientos y dotadas con protectores superiores de cuero o metal para evitar la lluvia. Solían estar muy pegadas formando muros ellas mismas. Solía haber un orden jerárquico, con una plaza central en cuyo centro estaba la tienda del jefe, por el ejemplo el rey, rodeado por la de los oficiales y después la de la tropa, los señores y caudillos se encontrarían más allá. Semejante infraestructura que trasladar impedía la rapidez de movimiento de los ejércitos, generalmente muy lentos.
Con el fin de limar la resistencia y minar la moral de los defensores, las máquinas de asedio hostigaban periódicamente la fortaleza, lanzando incluso cadáveres de animales o de seres humanos dentro de las murallas, con la intención última de extender enfermedades entre los resistentes.
Los sitiadores se tenían que enfrentar por otro lado a la posibilidad de una operación de rescate, y de hecho, mientras esa posibilidad existiera la plaza no solía rendirse. Los mismos sitiados además realizaban incursiones, aprovechando descuidos, factores metereológicos -inundaciones, tormentas, etc.- o epidemias. Esto ocurrió en la Reconquista española durante el sitio de Algeciras, en el siglo XIV: Alfonso XI tuvo que enfrentarse a las razias de los árabes defensores y derrotar al rey musulmán de Granada que mando a su ejército a auxiliar a los cercados. Solo entonces, y después de casi dos años de asedio, la ciudad se rindió, exhausta y casi sin defensores vivos.
Otro gran problema era la intendencia, durante meses había que proporcionar alimento -la base de la alimentación era el pan, las legumbres, la sal, el queso, la carne fresca o salada y el salazón de pescado- y agua a los soldados y las caballerías, lo que implicaba una gran organización y una enorme movilización de recursos, a veces difícil de trasladar y encontrar. Si eso fallaba el cerco estaba perdido. A veces el agua escaseaba o estaba en mal estado -provocando diarreas y disentería-, algo típico en verano, especialmente en las tierras del sur de Europa como España. Por otro lado, según pasaban las semanas, los pastos para los caballos eran cada vez más escasos y había que alejarse cada vez más del campamento en su búsqueda. El desarrollo agricola no era el actual y la densidad de la población era muy baja, por lo que no era fácil acopiar una cantidad tal de alimentos, mucho menos durante la Reconquista española, pues en la Península Ibérica los despoblados y zonas agrestes eran mucho mayores que en otras zonas de Europa.
Todo esto implicaba una gran organización que incluía la recaudación previa de impuestos, que permitiera enfrentar los gastos del asedio. De hecho en el mencionado sitio de Algeciras, Alfonso XI financió el ejército y la flota necesaria con la implantación del impuesto de la alcabala en todo el reino.
En las cantigas de Santa María se refleja la vida de la Castilla del XIII. En estas imágenes podemos observar
un auténtico compendio de los diferentes momentos de un asedio medieval, desde la creación del
campamento al uso de máquinas como el trabuquete.
ECV