viernes, 10 de mayo de 2019

11 DE MAYO DE 1310 - 54 CABALLEROS TEMPLARIOS SON EJECUTADOS EN LA HOGUERA

11 DE MAYO DE 1310
54 CABALLEROS TEMPLARIOS SON EJECUTADOS EN LA HOGUERA 
(Hace 709 años)

Efemérides del día (Nº 328) – 11 de mayo de 1310: en Francia, 54 caballeros templarios son quemados vivos por la Inquisición, acusados de herejía.

Seguimos a Piers Paul Read, historiador y novelista, quien en su obra “Los Templarios” (1999), relata los acontecimientos de aquel 1310 de la siguiente forma:

“ (…) . El 14 de marzo (1310) se leyó ante los noventa Templarios que se ofrecieron a defender a la Orden una lista completa de los 127 cargos que se le imputaban. Hacia finales del mes, la cifra de Templarios había ascendido a 597, entre ellos un sacerdote, Juan Robert, quien dijo que había escuchado innumerables confesiones, ninguna de las cuales mencionaba ninguno de los pecados imputados a la Orden. 
Frente a tal cantidad de voluntarios, la comisión pidió a la Orden que seleccionara un número manejable de procuradores. Fueron elegidos dos sacerdotes, Reginaldo de Provins, preceptor de Orleáns, y Pedro de Bologna, procurador del Temple ante la curia papal en Roma. 

Pedro de Bologna era sacerdote ordenado, tenía cuarenta y cuatro años y había sido miembro del Temple durante veinticinco. Era presumiblemente lombardo y había ingresado en la Orden en Bologna, donde es posible que estudiara derecho con el preceptor de Lombardía, Guillermo de Noris. Su designación de procurador del Temple ante la curia papal sugiere una actitud intelectual poco frecuente en la orden militar. Tras su arresto en noviembre de 1307, confesó haber negado a Cristo y haber escupido en la cruz. Negó la sodomía pero admitió que le estaba permitida.

Reginaldo de Provins también era sacerdote, unos ocho años menor que Pedro de Bologna. El hecho de que hubiera pensado en un principio unirse a los dominicos en lugar de a los del Templarios sugiere también una educación avanzada, y la forma en que había evitado una confesión abierta al ser interrogado por primera vez indica una mente ágil. Había ingresado en la Orden en Brie, quince años antes.
La primera presentación de esos dos sacerdotes Templarios fue una protesta por las condiciones de su arresto: la negación de sacramentos, la confiscación de sus pertenencias y hábitos religiosos, la mala comida y los grilletes, y el no permitir que los muertos en prisión fueran enterrados en suelo consagrado. Mas tarde, al ser interrogado por los notarios de los comisionados en el Temple de París, donde estaba encarcelado, Pedro de Bologna describió los cargos como «cosas vergonzosas, sumamente perversas, irracionales y detestables (…) fabricadas, inventadas y recién hechas por testigos, rivales y enemigos ocultos». 

Insistió en que «la Orden del Temple estaba limpia e inmaculada, y siempre lo estuvo, de todos los cargos, vicios y pecados». Todas las confesiones eran evidentemente falsas, a consecuencia de la tortura o por miedo a la misma.
El miércoles 1 de abril, Pedro de Bologna y Reginaldo de Provins, junto con dos caballeros con antecedentes de servicios en Outremer, Guillermo de Chambonnet, preceptor de Blaudeix en Auvernia, y Bertrand de Sartiges, preceptor de Carlat en Rouergue, se presentaron ante la comisión papal: los dos caballeros habían servido en Tierra Santa y ninguno de ellos había admitido los cargos cuando fueron interrogados por primera vez por el obispo de Clermont.

De entrada, Reginaldo de Provins puso a la comisión misma a la defensiva, primero insistiendo en que sólo el gran maestre y el cabildo de la Orden estaban autorizados a nombrar procuradores para la defensa del Temple, y luego sosteniendo que el procedimiento inicial contra la Orden por los cargos de herejía había sido irregular y por lo tanto de dudosa legalidad. Evidentemente, era un requisito previo para una defensa adecuada que se les garantizara a los acusados dinero para contratar abogados y se los pusiera bajo la custodia de la Iglesia, no del rey. Por primera vez desde el arresto de los Templarios en 1307, se estaba desarrollando una defensa convincente.

Aún después de más de setecientos años, las palabras de Pedro de Bologna nos muestran no sólo a un hábil abogado sino a un defensor atemporal de los derechos del acusado. El proceso inicial contra los Templarios, le dijo a la comisión, se había hecho «con una furia destructiva», los hermanos habían sido «llevados como ovejas al matadero» y presionados «mediante varias y diversas clases de tortura, por las que muchos murieron, muchos quedaron para siempre discapacitados, y muchos mintieron en aquel momento en contra de sí mismos y de la Orden». La tortura, sostuvo, eliminaba «toda libertad de pensamiento, que es lo que todo buen hombre debe tener». Lo privaba del «conocimiento, la memoria y la comprensión» y, por lo tanto, cualquier cosa que dijera bajo tortura debía ser descartada. También reveló que a los hermanos Templarios les habían mostrado cartas con el sello del rey Felipe que prometían no sólo que no serían torturados sino que «se les daría anualmente buena provisión y grandes ingresos durante toda su vida, siempre que dijeran que la Orden del Temple ya estaba condenada» (Citado en M. Barber, “The Trial of the Templars”, p. 148).

De esta forma, la evidencia contra la Orden quedaba empañada y, además, desafiaba el sentido común. ¿Era creíble que tantos hombres nobles, distinguidos y poderosos fueran «tan tontos y locos» que «entraran y se quedaran en la Orden para perder su alma?». Sin duda alguna, los caballeros de ese calibre, que hubieran descubierto esas iniquidades en el Temple, en particular las blasfemias contra Jesucristo, «habrían puesto el grito en el cielo y habrían divulgado a todo el mundo esas cuestiones».

Esa robusta defensa del Temple y las interminables deliberaciones de la comisión papal exasperaron al rey Felipe IV. El concilio de la Iglesia llamado a reunirse en Viena en octubre de 1310 para disolver definitivamente el Temple se había postergado un año porque la comisión no había elaborado todavía su informe. El rey decidió en consecuencia acelerar las cosas a través de Felipe de Marigny, el arzobispo de Sens. Hasta hacía poco en la sede de Cambrai, el arzobispo había mejorado su posición gracias a la influencia de su hermano, Enguerrand de Marigny, que estaba a punto de desplazar a Guillermo de Nogaret como primer ministro del monarca. A petición de Enguerrand el rey había obtenido del Papa el nombramiento de Felipe en Sens; éste, por lo tanto, se hallaba en deuda con el rey y con su hermano, y en la primavera de 1310 se hallaba en condiciones de pagarla.

Por demarcaciones eclesiásticas que databan de la época del Imperio romano, la diócesis de París pertenecía a la provincia de Sens. Debido a ello, el arzobispo de Sens era quien tenía la autoridad para juzgar los casos individuales de los Templarios dentro de su jurisdicción. El domingo 10 de mayo, cuando la comisión papal se hallaba en receso, preparó un concilio en París para demandarlos. Pedro de Bologna comprendió en el acto cuál era la intención y solicitó de inmediato a la comisión que protegiera a los Templarios, «que se habían presentado solos para la defensa de dicha Orden». Le pidió a la comisión que ordenadar al arzobispo de Sens no proceder contra ellos.

El presidente de la comisión, Gilles Aicelin, arzobispo de Narbona, se excusó allí mismo de considerar la petición argumentando que «tenía que celebrar o escuchar misa». Los miembros restantes de la comisión tuvieron que decidir que, si bien sentían considerable simpatía por los Templarios, los procedimientos de la comisión papal y del concilio designado por el arzobispo de Sens eran «completamente diferentes y separados uno del otro». Dado que el arzobispo recibía su autoridad directamente de la Santa Sede, interferir no estaba dentro de la competencia de la comisión.

El lunes 11 de mayo, en ausencia de su presidente, la comisión volvió a reunirse para tomas testimonio a los Templarios que quisieran defender la Orden. En una pausa del procedimiento, se anunció que cincuenta y cuatro Templarios que se habían retractado de sus confesiones para defender la Orden serían quemados como herejes impenitentes ese mismo día. La comisión envió de inmediato al archidiácono de Orleáns y a uno de los carceleros de los Templarios, Felipe de Voet, a pedirle al arzobispo que aplazara la ejecución: Voet les había dicho que muchos de los Templarios muertos en prisión habían jurado, al borde de la eternidad, que los cargos contra la Orden eran falsos.

La intervención de los emisarios fue ignorada. Los cincuenta y cuatro Templarios fueron llevados en carretas hasta un campo junto al convento de Saint-Antoine, fuera de la ciudad. Allí fueron quemados. Todos ellos, sin excepción, negaron «los crímenes que se les imputaban, y persistieron constantemente en la negación general, diciendo siempre que los estaban matando sin causa e injustamente: lo que, de hecho, mucha gente pudo observar, no sin gran admiración e inmensa sorpresa». (De la Crónica de Nangis, citado en Barber, “The Trial of the Templars”, p.157). A los que nunca habían admitido los crímenes imputados no se los podía declarar herejes impenitentes, y eran entonces sentenciados a cadena perpetua. Sólo aquellos que confirmaban su confesión y se arrepentían eran absueltos y dejados en libertad.

Cuatro días más tarde, otros cuatro Templarios fueron entregados por el arzobispo de Sens para ser quemados como herejes impenitentes, y se exhumó el cuerpo del antiguo tesorero del Temple de París, Juan de La Tour, para que fuese también consumido por las llamas.
El efecto de esas medidas fue evidente en los testigos llamados ante la comisión: un Templario de la diócesis de Angres (Aimery de Villiers-le-Duc) insistió en que todos los errores atribuidos a la Orden eran falsos, pero les rogó a los comisionados que no lo revelaran a los oficiales del rey porque no quería ser quemado. Los comisionados sólo resolvieron presentar una protesta cuando uno de los dos procuradores, Reginaldo de Provins, desapareció de la prisión.

La protesta fue efectiva: Reginaldo de Provins fue devuelto junto con los dos caballeros, Guillermo de Chambonnet y Bertrand de Sartiges. Pero entonces fue Pedro de Bologna quien había desaparecido y, pese al envío de tres canónigos con órdenes de buscarlo, no lo encontraron. En consecuencia, el procedimiento de la comisión siguió con dificultad, ausentándose varios de sus miembros con distintas excusas.
El 17 de noviembre, cuando Guillermo de Chambonnet y Bertrand de Sartiges dijeron que no podían continuar con la defensa de la Orden sin Reginaldo de Provins y Pedro de Bologna porque ellos eran «legos iletrados», se les comunicó que los dos sacerdotes templarios habían abandonado la defensa de la Orden y habían vuelto a sus confesiones originales. El concilio de Sens había expulsado del sacerdocio a Reginaldo de Provins, y Pedro de Bologna había escapado de prisión. Más probablemente, lo habrían matado sus carceleros, pero, cualquiera que fuese el destino de los sacerdotes, los caballeros se sintieron incapaces de proseguir sin ellos, y de ese modo «abandonaron la presencia de los comisionados». (De la Crónica de Nangis, citado en Barber, “The Trial of the Templars”, p.161)”.

Este líneas de Read son tan sólo una pequeña muestra de las múltiples irregularidades y tropelías que se cometieron contra los Templarios en el procedimiento que se siguió contra ellos.


Imagen:
Ilustración de un manuscrito medieval en el que se acusa a los templarios de sodomía.
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