La historia de esta orden religiosa se nutre de apasionadas leyendas. Sus huellas se pueden seguir por toda España a través de castillos, iglesias y monasterios
Si preguntas por los templarios en una librería, no te mandan a la sección de historia, sino a la de ciencias ocultas. Todo un síntoma. El de los templarios es un mundo de sombras que la distancia agiganta: se les supone depositarios de una sabiduría esotérica de raíces orientales y remotas, arquitectos en clave simbólica que elegían parajes cargados de magnetismo telúrico, dueños de un tesoro fabuloso, buscadores secretos del Grial, partícipes de ritos oscuros donde asoman la sodomía o la idolatría. Hasta se ha aventurado que habrían descubierto América. Hay sacamuelas capaces de relacionar “científicamente” a los templarios con las pinturas rupestres o las apariciones de Fátima. La curia romana detectó hace unos años alrededor de 400 grupos o sectas que se declaran herederos de los templarios; entre ellas, la Orden del Templo Cósmico (presente en España) o la tristemente célebre (por el suicidio colectivo en Suiza) Orden del Templo Solar.
La realidad histórica no es menos apasionante que el mito. La orden fue fundada en Tierra Santa por Hugo de Payns y otros caballeros franceses, en 1118. Era el tiempo de las cruzadas (la primera había sido predicada en 1095; habría seis en total). En 1129, el concilio de Troyes aprobaba la llamada “Regla latina”, inspirada por san Bernardo, que exigía a los “Pobres caballeros de Cristo” los tres votos tradicionales de pobreza, obediencia y castidad, añadiendo el de defender los Santos Lugares. Ése era el fin último, tanto para ésta como para las otras órdenes militares (hospitalarios y caballeros teutónicos). Los Pobres caballeros de Cristo adoptaron el nombre de templarios cuando Balduino II, rey de los efímeros Estados Cruzados, les cedió las mezquitas levantadas sobre la explanada del templo de Salomón.
En sólo 179 años de existencia, la orden templaria se convirtió en una potencia (lo que hoy llamaríamos una gran multinacional, lobby o grupo de presión). En Tierra Santa, los cruzados cometieron tantas hazañas como fechorías, pero los templarios siempre gozaron de cierto aprecio por parte de las dinastías islámicas.
Casi nunca hubo paz. En 1291, los ejércitos cristianos pierden San Juan de Acre y acaba la aventura de los cruzados. Los templarios se repliegan a Chipre y Malta, y extienden sus posesiones de Francia, Inglaterra, Alemania o la península Ibérica. En los reinos españoles se vivía una cruzada particular, la Reconquista, con órdenes militares locales, como la de Calatrava (aprobada en 1164), Santiago (1175) o Alcántara (1213). Del gran maestre templario dependían un senescal y un mariscal, y de éstos, los comendadores o encargados de “encomiendas”, especie de demarcación con terrenos y dependencias administrados por una casa madre. Las fuentes históricas son muy escasas, pero se puede afirmar que las posesiones de los templarios, en toda Europa, eran inmensas.
Eso fue su perdición. La caída de los templarios sólo se explica como rechazo a su maquinaria de poder y por codicia de sus bienes. El motor de aquel derrumbe fue el rey francés Felipe el Hermoso, secundado por su fiel Clemente V (eran tiempos del papado de Aviñón). Las acusaciones aireadas contra ellos en los procesos eran burdas: que renegaban de Cristo y escupían a la cruz; que adoraban un ídolo en sus reuniones (siempre nocturnas y secretas); que practicaban besos obscenos y sodomía… Y así hasta 117 acusaciones. Se les sometió a tales torturas para que confesaran y firmaran que algunos lo hicieron. Eso bastó para que el papa suprimiera la orden en 1312 (concilio de Vienne). En marzo de 1314 quemaban al gran maestre Jaime de Molay en una isla del Sena. Muchos hermanos ya habían sido abrasados, otros lo fueron después.
En Aragón y Castilla (y en otros reinos europeos) no se daba crédito. Su coetáneo Dante abriría a los templarios el “Paraíso” (canto XXX, 127-129). Pero la codicia por su herencia hizo aceptar la supresión del papa. Sólo dos procesos salieron aquí adelante (Salamanca y Tarragona), y en ambos se absolvió a los templarios españoles de toda culpa. Sus bienes pasaron a otras órdenes, y también los monjes-guerreros que lo quisieron, creándose incluso la Orden de Montesa para acogerlos. Luego la fantasía popular comenzó a tejer la leyenda.
Diez enclaves, diez historias
Vigilantes. Ponferrada y castillos del Bierzo (León)
Proteger a los peregrinos era la razón de ser de los templarios. España tenía sus propios peregrinos en Santiago, así que los templarios alzaron castillos como los de Ponferrada, Corullón o Cornatel a orillas de la vía jacobea. Luego se quiso ver en ellos puestos-vigía de lugares mágicos, como Las Médulas o el Valle del Silencio, nido antiguo de anacoretas. Gil y Carrasco escribió en el siglo XIX la novela El señor de Bembibre, uno de los escasos acercamientos históricos a los templarios.
Arquitectos. Capilla funeraria de Eunate (Navarra)
Se ha afirmado que los templarios poseían una arquitectura propia, cuajada de simbolismos y relaciones numéricas, creadora de iglesias poligonales inspiradas en el Templo de Salomón (la mezquita Al-Aksa), que para la corriente ocultista vendría a ser la síntesis de todos los saberes a los que el hombre aspira. Lo cierto es que no está documentado que la capilla funeraria de Eunate (ni tampoco la vecina de Torres del Río, de iguales características) fueran obra de los templarios. Y no hay que olvidar las docenas de baptisterios poligonales del siglo IV en adelante.
Sabios. Iglesia de la Vera Cruz (Segovia)
Poligonal como las anteriores, tampoco está probado que la hicieran los templarios. Esta tiene una singularidad: una construcción central, de doble piso, con un mínimo habitáculo camuflado entre el segundo piso y el tejado; algo similar al de la iglesia mozárabe de San Baudelio de Berlanga (Soria). No se sabe para qué servía esa cámara. Se ha acudido a una explicación simbólica: sería el “árbol de la vida", o la "linterna de los muertos", último reducto para un proceso iniciático: la muerte o paso a una vida superior.
Guerreros. Castillo de la Zuda, Tortosa (Tarragona)
El castillo de la Zuda que domina Tortosa es ejemplo de una de las maneras que tenían los templarios de acrecentar sus dominios: por derechos de guerra. Conquistada la ciudad a los árabes en 1148, les fue entregada a los templarios (partícipes en la batalla) la fortaleza, y más tarde la ciudad. Luego los templarios recurrirían a otra operación frecuente: la permuta; cederían Tortosa a Jaime II a cambio de Peñíscola y otros lugares del Maestrazgo.
Terratenientes. Jerez de los Caballeros (Badajoz)
Más que las conquistas, fueron las donaciones (una “moda” para salvar el alma) lo que aumentaba su patrimonio. Así llegaron a poseer en Extremadura el mayor de sus territorios, un triángulo que abarcaba unos 3.000 kilómetros cuadrados e incluía villas y castillos como Jerez de los Caballeros, Alconchel, Burguillos o Fregenal. Además de terratenientes, eran excelentes banqueros: los peregrinos entregaban en la casa templaria donde iniciaban viaje una suma que iban retirando en otros centros templarios, pagando intereses.
Heterodoxos. Peñíscola y castillos de Castellón
Conseguida Peñíscola por permuta, rehicieron los templarios el castillo que después ocuparía el cismático Papa Luna. Este hecho, y la proximidad de otros castillos del Maestrazgo (como Miravet, Gandesa, Corbera, Algars…) a “lugares mágicos”, ricos en milagrerías, apariciones y curanderos, han echado leña en la imaginación de quienes los ven como detentores de saberes y poderes ocultos.
Fronterizos. La Almudaina, Palma de Mallorca (Baleares)
En oriente, los templarios tenían fama de ser amigos de sus enemigos (eso se volvería en su contra, durante su caída). Negociadores y tolerantes, eran respetados por Saladino, y se dice que en las ciudades buscaban para implantarse la cercanía de las aljamas (y del ocultismo judío). En Palma, efectivamente, obtuvieron la custodia de La Almudaina, próxima a la judería.
Magos. Caravaca de la Cruz (Murcia)
Según la leyenda, en 1231 dos ángeles bajaron una cruz para que el cura Chirinos, prisionero del reyezuelo Abu-Zeit, dijera una misa-demostración. La cruz resultó ser un lignum crucis, engastado en un pectoral de doble brazo perteneciente al Patriarca de Jerusalén. Y que había desaparecido de Tierra Santa un año antes de "aparecerse" en Caravaca. Da la casualidad de que, por esas fechas de la leyenda, los dueños del castillo eran los templarios. Tal vez su sombra no sea ajena a que la Cruz de Caravaca se haya convertido en uno de los talismanes más venerados en España y América: "De suma eficacia –según un Tesoro de oraciones– para aplacar toda clase de dolencias (…) y para librarse de hechizos y encantamientos".
Iniciados. Cañón del río Lobos (Soria)
Campomanes, en sus Disertaciones históricas (de 1747, una de las raras fuentes), cita como templaria la ermita (antes convento) de San Juan de Ucero, en el cañón del río Lobos. Como en otras ocasiones, no está claro que fuera un enclave templario. Si lo fue, se abre la interrogante de qué hacían en lugar tan apartado. Han apuntado (los imaginativos) que sería un centro de iniciación, en un desfiladero fantástico rezumando efluvios mágicos, frente a una gruta misteriosa. ¿Elegían sitios especiales? Lo cierto es que todas las ermitas, conventos, fuentes, cuevas… que tienen que ver con la epifanía de lo sagrado se hallan siempre en parajes excelentes.
Universales. Monasterio de Tomar (Portugal)
Era la principal encomienda de Portugal; iniciado el monasterio en 1169 tras una donación real, la arquitectura manuelina llegaría a convertirlo en una joya. Tras la disolución de los templarios, lo heredó la Orden de Cristo. Para algunos, los templarios estaban preparando una suerte de Imperio Universal, una sociedad igualitaria como la de los masones; en realidad, los templarios serían un eslabón en la cadena masónica, y al tiempo que edificaban templos estaban levantando el Templo del Más-Alto. Si algo de este afán universalista existió, fue eso (junto a la codicia que inspiraban sus bienes) lo que les llevó al desastre